miércoles, 29 de octubre de 2008

La partida del Guerrero del silencio

Hoy comenzaban los funerales de su padre.
El había sido un guerrero toda su vida, nunca fue condecorado por alguna hazaña en particular; pero jamás fue reprendido por algún error.
Ella siempre había estado orgullosa de ser su hija; veía lo que quizás otros no llegaban a ver de él. Veía su humildad, su obediencia, su bondad, su inocencia, su sentido de perfección; todo oculto detrás de su silencio. Por eso se lo conocía con ese nombre “el guerrero del silencio”.
Amaba en silencio, sufría en silencio y enseñaba en silencio.
Ella siempre caminó junto a él como hechizada por su figura; por su postura grave, seria y serena; esperando esos mágicos momentos en los que mostraba su ternura. Parecía conocer el lenguaje de la naturaleza, dedicaba horas al cuidado de sus rosales y no había semilla o gajo que se resistiera a su mano. Todas las mañanas, antes del amanecer alimentaba a los pájaros silvestres y ellos le regalaban ruidosas mañanas, llenas de trinos.
Sus días parecían ser exactamente iguales, todo a su debido horario, todo en un perfecto orden; que ella observaba pero no comprendía.
Ellos dos mantenían un lenguaje especial; ella decía siempre lo que él no quería oír, preguntaba siempre lo que él no quería contestar; hacía lo contrario de lo que él esperaba de ella. Ella desordenaba y él ponía todo en su lugar nuevamente; casi como un juego.
Y así se comunicaban entre risas y enojos, cada vez mas unidos por sus diferencias, en un intercambio que los nutría.
Los años pasaron y los ojos del guerrero acumularon tristeza, su andar se hizo mas lento y sus horas de soledad mas prolongadas; como si un gran dolor, guardado por años, escondido por años, hubiera llegado hasta sus huesos.
Sobrevino su enfermedad y por la fragilidad de su cuerpo era de esperarse que no duraría mucho tiempo.
Su hija se angustió mucho era algo inesperado, a pesar que había temido este momento desde pequeña, el temor a la despedida, a verlo partir.
Pidió ayuda, a Dios, a la vida; pidió consejos a médicos y a sus amigos del alma; el mensaje que recibió como respuesta fue el mismo, solamente podía acompañarlo.
En ese momento le pareció poco, le pareció nada; pero se dedicó a hacerlo, acompañarlo con la mente, con el corazón ; con el alma.
La enfermedad, muy lentamente, lo fue liberando de sus condicionamientos, de sus prejuicios; como un pasajero que se dispone a realizar un largo viaje y revisa su equipaje, sacando lo que no es necesario.
Lo primero que hizo fue romper el silencio y un día como cualquier otro abrió el cofre de los secretos y habló de su dolor; la herida mas importante de su corazón, la que nunca había cicatrizado, la que recibió en la batalla mas cruel que peleó en su vida.
En ese momento ella temió por él, sabía que su secreto lo había sostenido hasta ahora y se dio cuenta que los tiempos se acelerarían.
Después de la gran confesión, habló mucho, como si algo dentro suyo hubiera sido liberado, cumplido ya su pacto de silencio.
Le habló de su infancia, de sus ancestros, de sus momentos de alegría; mientras compartían infusiones que él preparaba con sumo cuidado y dedicación. Así pasaron muchas tardes; le enseño como debía podar los árboles y como cuidar su jardín, que flores florecían en invierno y cuales en primavera. Ella atesoraba cada palabra como queriendo grabarlas en su mente.
Pero a medida que crecía esta libertad, su cuerpo iba sufriendo el deterioro, como si la energía que siempre había cuidado su buena salud estuviera muy ocupada en otra cosa.
Las heridas que había llevado dentro, ahora florecían en su piel, expulsadas hacia fuera; expuestas como verdaderas medallas, pidiendo oxígeno. Y dejando otra maleta del equipaje su cuerpo dejó de obedecerle.
Ella sentía cada cosa que él iba dejando en el camino y podía ver las que permanecían, las particularidades que siempre había admirado, especialmente su aceptación. El agradecía cada sencilla comida como si fuera un manjar. No había ni un pequeño gesto que no fuera seguido por su agradecimiento. Su rostro estaba iluminado, no había dolor.
Poco a poco su mente se fue despidiendo también, dándole largos ratos de contemplación y en los momentos que retornaba le regalaba una síntesis. La primera fue: Lo efímero de la vida material.
A los pocos días le regalo la segunda: No aprisionar el amor en la forma.
Síntesis que hablaban de su vida, de sus errores y de su aprendizaje; y se las entregaba como una ofrenda.
Después de esto las palabras casi desaparecieron de sus labios, cuando podía pronunciarlas pedía volver al hogar de su infancia, como un deseo de retornar al origen.
Ellos seguían comunicándose con la mirada, cuando ella notaba temor en sus ojos, le tomaba la mano y oraba, oraba con devoción, con amor y el se serenaba otra vez. En los días de intenso calor refrescaba su cuerpo, enjugaba su frente con amor maternal y los ojos del padre le devolvían amor. Ya no necesitaban pelear, ya no necesitaban estar de acuerdo.
Se sentía tan afortunada de haber compartido su vida, de haberlo conocido, de poder acompañarlo, de poder sostener su mano, que tantas veces habían sostenido las suyas.
Pero su cuerpo ya no podía seguir resistiendo, algo invisible lo sostenía y le permitía seguir respirando. Quizás solo esperaba que sus tres amadas mujeres estuvieran listas para su partida.
Era el mes de marzo y se acercaba el día que sería su cumpleaños, El día que su estrella estaría alineada una vez más al planeta tierra.
La última noche que estuvo con él se quedó hasta verlo dormir y se fue a descansar. En su cama ella rezó por él, para que no se sintiera solo, le pidió a los ángeles que lo protegieran y rezó por ella, pidió fortaleza para dejarlo partir. Esa noche tuvo un sueño; soñó con el jardín de su padre, estaba muy verde y muy prolijamente cortado el pasto y los arbustos. No había flores que distrajeran su mirada, solo la perfección, la belleza y la simplicidad del verde. Despertó de repente cuando preguntó quien lo había hecho; Y tuvo la certeza de que se había ido.
Al cabo de una hora llegó la confirmación, la emoción se desbordó y brotaron de sus ojos manantiales de llanto, contenidos durante largo tiempo.
Eligió la ropa que su padre vestiría y cortó todas las flores, hasta la mas pequeña, como un último regalo que pudiera obsequiarle.
Pero algo mágico sucedió detrás del gran dolor que sentía, como una conexión que no se había perdido. Empezó a traducir todo lo que hablaba de él. Pudo seguir el hilo de perfección que había regido su vida ordenando también el presente; vio que el funeral era sencillo pero muy respetuoso, no emocional pero lleno de sentimiento. No faltaban ni sobraban personas en su despedida; Estaban presentes solamente quienes lo habían amado en verdad, quienes realmente habían sido personas claves en su vida. No había gritos ni lamentos discordantes, sino un respetuoso silencio; una plegaria que el mismo hubiera aceptado y una gran tristeza que los unía a todos en su adiós.

Ella volvió al hogar de su infancia, la vida se había ordenado de tal manera, que ella debería permanecer un tiempo en aquella casa, donde había crecido junto a él.
Su aroma estaba intacto, su presencia también. Poder percibirlo tan nítidamente fue un bálsamo para su alma, y a la vez saber que su cuerpo ya no sufría, que una gran parte de sus cadenas habían sido cortadas. Todavía quedaban las más sutiles, pero ella estaba dispuesta a acompañarlo hasta el final. Personalmente ordenó sus pertenencias; las armas con las que había librado las batallas de esta ronda, estaban pulidas, aseadas, habían sido cuidadas con esmero; conservó algunas y otras las regaló para que otras manos pudieran seguir dándoles vida. Descubrió sus pequeños tesoros, que guardaba con esa ternura infantil, que ella bien conocía; a estos tesoros los expuso al sol unos días, para que tomaran oxígeno y para que él pudiera rescatar la energía que había guardado con ellos. Vació su guardarropas y donó todas sus prendas, porque estaban en perfecto estado. Dedicó un tiempo especial, a recorrer el jardín diariamente, para ver si alguna planta en especial sentía tristeza, pero encontró orden también allí, como si aceptaran el reemplazo de sus manos, había brotes nuevos por todos lados, el jardín seguía vivo.
Ella sentía que estaba en un terreno muy privado, en lugares que nunca tiempo atrás se hubiera animado a invadir, pero ahora podía sentir su autorización, como si él le diera el permiso de conocerlo en su totalidad, de comprenderlo; y a la vez, cada cosa que ella asimilaba era algo, de lo que él se liberaba. Ahora jugaban otro juego, él soltaba y ella concientizaba.
Su tiempo en la casa paterna había llegado a su fin, y la vida la expulsó enérgicamente, quizás por que ella no hubiera sido capaz, de tomar esta decisión por cuenta propia, y hubiera dilatado los tiempos del proceso; pero era lo mejor para ella y su pequeña familia, ella debía retomar su atención a su pequeño circulo, y mezclar sus dos mundos.
Todo este movimientos de energías, impactó en la mas pequeña de las niñas, afectó su centro vital y tuvo que ser hospitalizada. La hija del guerrero se quedó con su pequeña, su atención estaba con ella y se alejó del padre, pero el padre no se alejó de ellas y las acompañó protegiéndolas con amor.
La pequeña se repuso, y la hija del guerrero tuvo que ordenar su nuevo hogar, en cada rincón de la casa puso algún objeto que le recordara a su padre, invocando también su protección.
Las primeras noches en la nueva casa fueron difíciles, como repasando todo lo vivido, las imágenes en su mente se presentaban casi sin intención. Revivía todos los pequeños encuentros que habían compartido, y ahora podía reconocer todas las veces que él le había demostrado su amor, pero inevitablemente las imágenes se continuaban hasta el final de sus días, y entonces reaparecía el dolor, el sufrimiento del guerrero, entonces el corazón de la hija se llenaba de pena. Hasta que comprendió que su padre estaba limpiando su cuerpo astral, y estaba cortando los lazos de la emoción; entonces lo acompañó con templanza.

Una tarde, en la que se encontraba sola en su hogar, de pronto se detuvo y dejó de hacer lo que estaba haciendo en ese momento, se quedó muy quieta porque sintió la presencia inconfundible de su padre detrás suyo, no emitió pensamiento por temor a alejarlo. Entonces sintió un cálido abrazo, en un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, el aire tenía una densidad especial podía tocarse con la mano y no había noción del tiempo; todo esto sucedió en un cerrado silencio que podía escucharse ; las lágrimas brotaban de sus ojos, no eran lágrimas de pena ni de alegría, sólo desbordaban la intensidad del amor de ambos.
Cuando pudo darse vuelta, entendió que su padre había venido realmente a despedirse, sintió una gran liviandad en su pecho, en su alma y en el aire. Se sintió realmente feliz; el guerrero estaba libre, recién ahora dejaría de serlo, para transformarse sólo en su propia luz.

Este instante sembró futuro en su vida, sería una joya que guardaría por siempre en su alma, porque la partida del guerrero del silenció le dejó, como excelsa recompensa, la primera conciencia de su propia Inmortalidad.

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