jueves, 13 de noviembre de 2008

EL PRINCIPITO

Desde que dejó el planeta tierra, antes aún del beso de la serpiente amarilla, guardó en su corazón el deseo de volver.
Pero ahora debía partir, él era responsable de su rosa y no podía abandonarla. El viaje de retorno fue rápido y fugaz, fue un viaje sin escalas, directo.
Cuando llegó a su pequeño planeta, todo estaba en orden, como si no hubiera transcurrido el tiempo en su ausencia; pero no todo estaba igual. Se sentó frente a su rosa, esperando recibir algún reproche por su abandono, y en cambio, ella le pidió muy animadamente que le contara todo acerca de su viaje.
El Principito, que era todo un caballero, le dijo que primero quería saber cómo se sentía ella, como había estado en ese tiempo que estuvo sola.
Pero la Flor había crecido realmente, había dejado de lado su particular orgullo, y había tomado conciencia de su amor por él; entonces sólo dijo que lo había extrañado pero que se encontraba muy bien, y volvió a pedirle que le relatara su aventura.
El hombre- niño, de cabellos dorados, comenzó su relato, le habló de todos los seres extraños que se había cruzado en los planetas pequeños y también le habló de un enorme y hermoso planeta, al que llamaban Tierra. Cuando hablaba de las cosas que había vivido allí, sus ojos se iluminaban, recordando su inmensidad, la diversidad de los seres que la habitaban, los amigos que había conocido. También le habló de cómo el viaje le había servido, para comprender su amor por ella, y lo especial que era en su corazón.
Después le mostró el cordero que había traído, para que comiera los brotes de baobabs; y también le mostró la caja y el bozal, para que no tuviera miedo de él.
Pero ella ya no temía por su vida, lo escuchaba con tanta atención sin interrumpirlo, y estaba feliz;
Feliz por volver a verlo, por volver a escucharlo y por seguir siendo tan importante para él.
Entonces la Rosa le preguntó si le gustaría regresar a ese planeta tan grande, en el que había estado. El rostro del príncipe volvió a iluminarse, le contestó que sería fantástico, que podrían hacer el viaje juntos esta vez, y así podría enseñarle todo lo que había visto, y recorrer muchos otros lugares que no conocía todavía.
Ella contestó que con gusto lo acompañaría, pero que ahora debían descansar y mañana seguirían hablando.
A la mañana siguiente, el Principito, cumplió con sus deberes de todos los días, sólo que los disfrutó especialmente, como algo nuevo, como algo único.
Cuando fue a sacar el globo de su Rosa, notó que tres pétalos se le habían desprendido, entonces le preguntó que estaba pasando. Pero ella estaba muy tranquila, y le dijo que era algo natural, que era su renovación, y que hasta se sentía más liviana, y sin darle mayor importancia lo animó a que programara el viaje.
Decidieron que el cordero se quedaría, así mantendría el planeta limpio, hasta cuando volvieran, y entre risas y planes pasó otro día.
Un nuevo día comenzaba, y cuando el Principito fue a saludar a su flor, notó que nuevos pétalos se habían desprendido de ella, y realmente se preocupó.
Entonces ella le explicó, que estaba cambiando de estado, precisamente para poder acompañarlo, que en su centro estaba lo más importante, sus semillas; que él podría llevar y plantar en todos los lugares que iba a recorrer, y así ella podría acompañarlo siempre. Estas semillas contenían todo lo que ella había aprendido del amor, eran rosas sin espinas . Y antes de ir a dormir le dijo: “Esta noche terminará el proceso, parecerá como que he muerto, pero tu sabes que no es así “
Cuando el Principito despertó, vio el resto de los pétalos en el suelo, y en el tallo, sólo había como un pequeño corazón, repleto de semillas; lo cortó y lo guardó en su pecho cerca de su corazón.
El pequeño hombre sacó el bozal de su cordero, y se trepó a una estrella fugaz, que casualmente pasaba por su cielo.
La estrella lo llevó directo a Venus, y el Principito se sentó a mirar la Tierra.
Estaba en el planeta del Amor, y esa atmósfera lo abrazó y lo contuvo, para que pudiera decidir sin apuros dónde descender.
Eligió un continente con mucho verde, que estaba bañado por una mar magníficamente azul, porque nunca había vivido en un lugar tan bello.
Eligió un país, donde la familia era valorada y sus habitantes cálidos, porque eran cosas que ansiaba vivir.
Se tomó un tiempo especial, para elegir a su familia; hasta que la encontró.
Encontró una que le resultó muy especial, sus seres formaban un circulo que le recordaba a su planeta, porque todo estaba intercomunicado, interrelacionado; y era un círculo que siempre estaba abierto para recibir a un nuevo integrante. Ellos guardaban un amoroso respeto y nostalgia por su tierra de origen, que quedaba al otro lado del océano, como él.
El hombre que sería su padre, tenía la fortaleza de los baobabs.
La mujer que sería su madre, le recordaba definitivamente a su Rosa, por su gracia y belleza.
La niña que sería su hermana, le evocó la bandada de pájaros silvestres que lo asistieron, para viajar hace un tiempo atrás; y pensó que sería muy bueno tener siempre cerca a alguien así, que lo ayudara a levantar vuelo y que le enseñara a perder la gravedad, cuando lo necesitara.
Esta familia especial también tenía, tres volcanes, como los de su planeta, uno grande y dos más pequeños; de esos que dan calor, calor de hogar.
Entonces se preguntó que podría él ofrecer, a una familia tan especial, y pensó en sus semillas.
El principito estaba listo para su gran aventura, a partir de ahora sólo sería un niño, un niño humano. Se despojó de todo, sólo conservó las semillas en el centro de su alma; descendió y olvidó. Venus lo despidió con una lluvia de polvo de estrellas.

El niño dorado, trajo una felicidad de otro planeta, y su alma sembró.

El joven dorado, deslumbró con su belleza y cautivó con la bondad de su corazón, y su alma sembró.

El Hombre dorado, aprendió la sabiduría de los humanos, y su alma sembró.
El Hombre dorado, hoy tiene el mundo a sus pies, pero en sus ojos puede verse la nostalgia, nostalgia de su planeta, de su inocencia y sobre todo nostalgia por su Rosa.

Llegará el día en que recuerde su propia sabiduría, la que aprendió en sus viajes, la que aprendió con su Rosa, El Principito será Rey de su planeta, de su mente y de sus emociones; entonces, dejará de mirar el cielo en busca de bandadas de pájaros silvestres; porque podrá ver como florecieron todas las semillas que sembró.
Verá sus Rosas, que no son como las de la Tierra, son especiales. Porque son Rosas que poseen conciencia del amor, de ese que nos hace especiales, y diferentes a todos los demás; que no nos condiciona, que vence al orgullo, que da lo mejor de sí mismo; que nos hace ver con el corazón lo esencial, lo que es invisible a los ojos.
Sabrá que la inocencia que se nos va, gota a gota, como evaporándose, en su partida siempre tiene algo para dejarnos, que si podemos verlo, entenderemos porque nos deja; que crecer es necesario para que nuestra conciencia abrace el universo, y que en realidad ella sólo se esconde en el centro de nuestra alma, hasta que podamos reencontrarla.
Podrá ver que todo lo que desea dar, en realidad ya lo ha dado; porque más allá de lo que su corazón ofrece con noble intención, está lo que de él emana; lo que irradia, el brillo de su pureza.

Entonces sabrá que está en casa, y que no está solo, y dejará de volar.
Su risa volverá a ser como cascabeles, y estará feliz de haber hecho este viaje.
Entonces se sentará para ver amaneceres.

Y todos los que esperamos por años su regreso, podremos escribirle al aviador, donde sea que se encuentre, para contarle que El Principito ha vuelto.

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